Las feas

He intentado meterme en el mundo de las feas. Me he teñido el pelo oscuro. Nada. He engordado un poco. Nada. No hay caso, no puedo adentrarme en el maravilloso y aún incógnito mundo de esas mujeres que son muy, pero muy feas. Un atentado a la humanidad. No hay caso. Ser bella y audaz viene en el ADN, es como la percha, no se hurta ni se hereda. La Cande y yo jamás podríamos ingresar a ese mundillo... gracias a Dios.
Cuando han cambiado a una DIOR por una fea, no hay perdón de Dios. A Cande y a mí nos ha pasado. Mil preguntas y cero respuestas. ¿Qué hicimos mal? es la pregunta inicial. Obvio que a veces uno se atormenta y sufre y busca y busca tal como lo hacía Angel en la búsqueda de la flor de los siete colores. Y nada. Todo es una incógnita.
Las feas son una especie que no tiene ni pies ni cabeza. En general, tal como las obesas mórbidas, las feas tienden a la simpatía (cosa que también realizan los feos) e intentan ser sociables, aunque saben desde el principio que tienen todas las de ganar mientras estén solas, pero basta que llegue una DIOR para que se derrumbe cual castillo de naipes toda su coquetería, porque siempre al lado de una LADY DIOR pasarán automáticamente a segundo, tercer y cuarto lugar. Quizás en ese minuto, y con la intención de llamar la atención, las feas tirarán toda su carne a la parrilla, entiéndase, hablarán de Baudelaire, el calentamiento global, la hambruna en Somalía y el Protocolo de Kioto que Estados Unidos aún se niega a firmar, pero créanlo o no, es más fácil que un pollo, BMW, hombres de gris y ñandús babee por una Dior que comience a hacer uso de sus neuronas. Créanlo feas. Por ahí no va.
Así que las invito a abrir una cuenta de ahorro, juntar plata y reservar una hora con el Dr. Valdés. Que ojo, viene a atenderlas especialmente 6 meses del año a Stgo. Quizás, después de un extreme makeover puedan postular a ser una Dior.